domingo, 18 de noviembre de 2012

Tavo Jiménez de Armas.- RFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA SOCIAL II


El pasado 10 de Noviembre, a Tavo Jiménez de Armas. le publicamos la siguiente entrada: REFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA SOCIAL ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS. Ahora encuentran la II bajo estas líneas, en la que Tavo desmenuza las perversidades del Sistema de Control en clave psicológica y las dependencias emocionales y afectivas que provoca el propio sistema. 
Esta es la 2ª parte, de tres, y Tavo nos dice que en Las Palmas estan sirviendo para ser debatidas en las asambleas que siguen reuniéndose en los barrios. 
A nosotros nos parece excelente, por lo que la recomendamos.

REFLEXIONES SOBRE LA CONCIENCIA SOCIAL...
...ANTE LOS TIEMPOS ACTUALES Y SUS RIESGOS
(II)
Por Tavo Jiménez de Armas

“La élite del poder está formada por hombres cuya posición les permite trascender los entornos ordinarios de las personas ordinarias; están en la posición de tomar decisiones que tienen repercusiones vitales. Que tomen o no esas decisiones es menos importante que la posición que ocupan: el hecho de que no actúen, de que no tomen decisiones, es en sí mismo un acto que suele ser más importante que las decisiones que puedan tomar. Y es que están al mando de las principales jerarquías y organizaciones de la sociedad moderna.  
Dirigen las grandes empresas. Dirigen la maquinaria del Estado y reclaman sus prerrogativas. Dirigen a la clase militar. Ocupan puestos de mando estratégicos en la estructura social que les ofrecen el medio para conseguir el poder, la riqueza y la fama de que gozan”.
(Charles Wright Mills, sociólogo)                                           

SISTEMA PERVERSO: LA CLAVE PSICOLÓGICA

Como apunté en la primera entrega de este artículo, una mayoritaria parte de la sociedad desconoce su condición de víctimas del Sistema; estas personas ignoran que viven inmersas en una brutal relación de dependencia psicológica que las ha ido llevando, con suaves maneras, a una completa desprotección, en todos los sentidos. Nunca como ahora es más adecuado aquello de ‘conocimiento es protección’.
Nuestra ignorancia ha sido la mejor aliada de las ambiciones de unos pocos, que lograron la paulatina entrega de la soberanía individual y colectiva, hasta convertirnos en un atajo de individuos subordinados a un poder abstracto.

Pero afirmar que nuestra ignorancia es co-responsable de esta situación es algo demasiado impreciso. Se requiere ser más concisos y explicar de qué manera toma forma esa ignorancia. Ese es el objetivo de este artículo, la aproximación a las causas, a las deficiencias que han de ser reparadas, primero en lo individual, para luego aspirar –si se quiere- a lo colectivo.
El cómo se conforma, a grandes rasgos, la relación psicológica entre la sociedad y el Sistema es extremadamente útil por varios motivos. En principio, porque ese es el modo en el que los distintos administradores del Sistema nos observan, como ‘ganados’ a los que se ha de conocer en sus debilidades, fortalezas y apetencias, a fin de aplicarles su ingeniería social.
Y luego, porque si no localizamos e identificamos –más allá de las evidentes muestras físicas- las causas intelectuales y emocionales que nos han traído hasta aquí, difícilmente podremos aplicar un remedio efectivo que varíe este estado de cosas. Sin la resolución de las deficiencias individuales que nos conducen a aceptar de buen grado la entrega de soberanía (y la consecuente tolerancia a cualquier actitud antisocial), siempre estaríamos a expensas de cualquier otra renovada versión del Sistema opresor.
Y por ‘Sistema opresor’, como ya dije, no se entiende únicamente al Estado, sino a todas esas políticas que se difunden desde los estadios religiosos, económicos y comerciales, culturales, militares, y hasta deportivos. Desde cada uno de esos integrantes del Sistema se trabaja, con más o menos desparpajo, al servicio de la misma causa deshumanizadora: la acumulación de capital, el mercadeo de privilegios, la vanidad que distingue a unos de otros; y, finalmente, la imposición de su maquiavélica cultura global de terror integrado, desenraizando al ser humano de su conciencia, fragmentando a los pueblos, pisoteando la dignidad del individuo hasta convertir el programa global que se propone convertir en zombie al ser humano, en un estado natural que ha de ser aceptado como consustancial al hecho de vivir y respirar.
Ante tales circunstancias, nada es más urgente que la profunda y sólida organización general que nos prepare para una larga guerra que ya ha dado comienzo, que exigirá de nosotros una planificación que vaya más allá de las acciones que pretenden encarar delicados trances presentes e inmediatos.
Aun en el mejor de los casos, con una amplia parte de la sociedad enteramente concienciada y activa en la lucha, aquellos otros sectores algo mejor posicionados y más entregados a la seducción del Sistema, siguen siendo un grave problema a resolver. Son privilegiados respecto de los que menos recursos y oportunidades tienen, pero no gozan de las facultades y beneficios de quienes están por encima de ellos en la hidra sistémica. Son, aunque no lo sepan, tan imprescindibles como el lastre en una situación de emergencia.

Los que más dependen afectivamente del Sistema

Metafóricamente, son la última frontera, donde el Sistema se ha mostrado –por pura estrategia- menos agresivo y perverso. Allí se sostiene (el Sistema), en el perfecto manejo de las emociones y aspiraciones de una fracción social que -siendo tan vulnerable ante los espejismos creados desde el poder- es incapaz de expresar, con plenitud, la conciencia real que la une al conjunto al que pertenece por naturaleza. Es su enajenación, consecuencia fatal de la acción alienante que mana de las diversas fuentes que conforman el Sistema, la que motiva su confusión entre afinidad y dependencia. Ellos son los que, a cambio de pequeñas recompensas, expresan obediencia y lealtad a quienes los oprimen. Y a esa opresión la llaman afinidad, gracias a su incapacidad para advertir las sutiles amenazas que conducen a la robotización, y en el autoengaño que les impide reconocer a su agresor.
Nunca ha sido fácil de aceptar psicológicamente que se es rehén de una relación que parece benéfica, donde la otra parte (el Sistema) aporta, aparentemente, más de lo que le entregamos, y que explícitamente se declara formal y justa. Ese otro integrante de la relación jamás reconoce la creación de daños intencionados, sino que los considera como meros fallos ocasionales que pueden y serán subsanados; de tal forma que esa fracción social que expresa obediencia y lealtad a su pareja tiene una percepción de la realidad enteramente distorsionada, primero, por las mentiras que ocultan que no hay errores, sino estructuras sistémicas que marginan y segregan a propósito.
                            
‘Para entender una pauta de conducta compleja es necesario tener en cuenta el sistema, además de la disposición y la situación.
Cuando se producen conductas aberrantes, ilícitas o inmorales en el seno de una institución o un cuerpo dedicado a la seguridad, como los funcionarios de prisiones, la policía o el ejército, se suele decir que los autores son unas “manzanas podridas”. Esto lleva implícito que constituyen una rara excepción, que se encuentran en el lado oscuro de la línea impermeable que separa el bien del mal, y que al otro lado de esa línea está la mayoría que forman las manzanas sanas. Pero, ¿quién establece esta distinción? Normalmente la establecen los guardianes del sistema con el objetivo de aislar el problema, de desviar la atención y la culpa de quienes están más arriba y pueden ser responsables de haber creado unas condiciones de trabajo insostenibles o de no haber ejercido la debida supervisión. Pero esta atribución disposicional que habla de “manzanas podridas” pasa por alto que el cesto de las manzanas puede corromper a quienes se hallan en su interior. El análisis sistémico se centra en los creadores de ese cesto, en quienes tienen el poder de crearlo.
Los creadores del cesto son la “élite del poder”, que con frecuencia actúa entre bastidores; son los que organizan en gran medida las condiciones de nuestra vida y nos obligan a dedicar nuestro tiempo a los marcos institucionales que construyen (…) Cuando los diversos intereses de estos dueños del poder coinciden, acaban definiendo nuestra realidad de la forma que George Orwell profetizó en 1984. El complejo militar-industrial-religioso es el megasistema supremo que hoy controla gran parte de los recursos y la calidad de vida de muchos seres humanos.’
(El Efecto Lucifer. P.11. Philip Zimbardo)

En segundo lugar, la percepción de la realidad de esa franja social está distorsionada gracias a la falta de memoria de los receptores de sus políticas. Mientras que el Sistema, en todas sus divisiones, trabaja de forma corporativa, aunando eficientemente el esfuerzo de numerosas mentes enfocadas en un único objetivo que ha de ser rentable, la sociedad está ensimismada en un individualismo vacuo y egoísta que la incapacita para percatarse de situaciones de riesgo colectivo.
A todo ello hemos de sumar un elemento esencial, que no es otro que la negación que experimenta la mayor parte de la sociedad a aceptar que quienes dicen actuar en su beneficio sean su mayor enemigo. Probablemente, ante cada debate interno que se produce en la mente respecto de nuestra relación afectiva con el Sistema, la necesidad de creer (que pertenece al ámbito emocional) en su esencia benigna y responsable se impone frente a cualquier disposición analítica que surgiera de nuestra naturaleza intelectual.

‘Cuando observamos de cerca los movimientos de resistencia o incluso algunas modalidades aisladas de rebelión, descubrimos que la conciencia de clase –o cualquier otra forma de conciencia de la injusticia- tiene muchos niveles. Tiene muchas formas de expresión, muchas formas de manifestarse: de manera abierta, sutil, directa o distorsionada. En un sistema de intimidación y control, las personas no revelan sus conocimientos ni la profundidad de sus sentimientos hasta que su sentido práctico les informa de que pueden hacerlo sin ser destruidas’.

En otras palabras: la formidable inversión emocional que el individuo realiza en determinadas áreas del Sistema, dada su implicación en lo referente a la íntima sensación de seguridad personal, actúa como inhibidor de aquellas zonas cerebrales que ejecutan el examen analítico de la situación.
Esta deficiencia no es ningún secreto para los profesionales que trabajan para las corporaciones de todo tipo que constituyen el Sistema, de forma que saben que han de enviar a sus adeptos/consumidores/gobernados mensajes emocionales lo suficientemente seductores como para impedir el ejercicio de las funciones intelectuales del receptor. Además, cuando el discurso/la explicación/la doctrina se centra en complejos contenidos intelectuales, el emisor se esmera a fondo en ser perversamente impreciso, enrevesado y ambiguo, de tal forma que, el receptor no pueda seguir coherentemente el mensaje y desista de su comprensión (ámbito intelectual), con lo que el tímido conflicto que se crea en su mente se deriva a la confianza (ámbito emocional) que necesita generar, para no tener que enfrentar la indefensión en la que se encuentra dentro de la relación. Generalmente, la aturdida y perezosa mente del individuo acaba cediendo ante el principio de autoridad (magister dixit) que le ha otorgado al emisor, al que le atribuye no sólo mayor conocimiento en la materia, sino básicos principios morales.
Alegóricamente, podríamos decir que, por su función eminentemente receptora dentro de la relación Sociedad-Sistema, la primera de las dos partes es de naturaleza femenina, siendo masculino y emisor el rol del Sistema.

‘Las masas son femeninas y estúpidas, sólo la emoción y el odio puede mantenerlas bajo control’ 
(Adolf Hitler)

Donde el integrante femenino de la pareja no está lo suficientemente cultivado como para permanecer alerta y percibir el veneno que el integrante masculino pretende inocularle mediante sus elaborados mensajes intelectuales, meticulosamente construidos.
Y ahí está nuestro riesgo como sujetos subversivos, en la adhesión que el Sistema puede lograr de aquellas aturdidas víctimas que no están dispuestas a que nadie atente contra el orden establecido, el verdugo al que no aciertan a ver. No están dispuestas a que terceros –forzosamente integrados en esa relación con el Sistema- se atrevan a ser extremadamente críticos con la naturaleza del vínculo en cuestión. No querrán que la relación se interrumpa. Creerán que puede ser salvada, renovada, mediante la buena voluntad de ambas partes. No entienden por qué ha de ser rota. Han humanizado –en su autoengaño- a la Bestia, y están dispuestas –en principio- a dar la cara por ella con tal de no perder la sensación de seguridad de que han gozado hasta hoy.
El psicólogo Philip Zimbardo nos dice a este respecto:

‘El poder de crear al enemigo. Los poderosos no suelen hacer el trabajo sucio con sus propias manos, del mismo modo que los capos de la mafia dejan los “accidentes” en manos de sus secuaces. Los sistemas crean jerarquías de dominio con líneas de influencia y comunicación que van hacia abajo y rara vez hacia arriba. Cuando una élite del poder quiere destruir un país enemigo, recurre a los expertos en propaganda para crear un programa de odio. ¿Qué hace falta para que los ciudadanos de una sociedad acaben odiando a los ciudadanos de otra hasta el punto de querer segregarlos, atormentarlos, incluso matarlos? Hace falta una “imaginación hostil”, una construcción psicológica implantada en las profundidades de la mente mediante una propaganda que transforma a los otros en el “enemigo”. Esta imagen es la motivación más poderosa del soldado, la que carga su fusil con munición de odio y miedo. La imagen de un enemigo aterrador que amenaza el bienestar personal y la seguridad nacional da a las madres y a los padres el valor para enviar a sus hijos a la guerra, y faculta a los gobiernos para reordenar las prioridades y convertir los arados en espadas de destrucción.’
(El Efecto Lucifer. P. 32-34)

Una relación enfermiza y suicida

Por mucho que gran parte de la sociedad interprete su vínculo con el Sistema imperante sobre la base de los intereses inmediatos, de los efímeros sueños comprados al publicista de turno (Estado, religión, economía, cultura, ejército, etc.), ¿se trata de una simpatía que podría llegar a durar lo que tarde en salir a flote la verdadera naturaleza de la relación? Dudo de ello. Dependerá de la debilidad de la persona, del apoyo con el que cuente para descubrir el embuste en el que ha vivido, y de la solidez y el poder de seducción del subsistema del que hablemos.
Me pregunto ahora lo que más adelante desarrollaré con detalle: ¿Es realista aspirar a una revolución social que no pase por pretender la ‘conversión’ de esta silenciosa porción de aparentes indolentes? ¿Sería suficiente una fractura del control que ejerce el Estado para contar con que se sumarán a los rupturistas? ¿Qué peso ha de tener la contracultura subversiva, en términos palpables y prácticos, en el dilema que se les presenta?
Lo cierto es que –en los momentos actuales, de enormes posibilidades de transformación social- los tentáculos culturales, religiosos, comerciales, etc, de la bestia opresora se mueven en pos de colocarse de la manera más ventajosa posible, tirando de sus adeptos (hacia enclaves tradicionales, reaccionarios), de aquellos sujetos dependientes que, no teniendo otros puntos de referencia, preferirán -en principio- cualquier orden conocido y/o prometido, al desconcierto que ofrece una masa descontenta que aspira a romper drásticamente con el pasado.
En otras palabras: los sectores sociales más directamente relacionados con los altos estamentos sistémicos procurarán seguir las propuestas reformistas hechas por aquellos a los que se sienten más cercanos, en lugar de apostar por la opción rupturista que defienden quienes menos enajenados están.
Lamentablemente, esta suerte de relaciones tóxicas puede llegar a ser duradera, aún en los casos más trágicos. Como ya dije, la conciencia social de este conjunto de personas es raquítica, eminentemente emocional, vinculada a enajenantes contenidos intelectuales que proceden de alguno de los variados subsistemas que conforman el Sistema.
Ello convierte a este sector social en un escollo para la evolución social. ¿Cómo proceder ante quien está sometido por crueles y suicidas ataduras mentales, su ignorancia, a la que denomina convencimiento?
Vayamos desde lo lejano hacia lo cercano…

*¿Quién dedicaría sus energías a hacer ver a los asesinos de Anusha, niña paquistaní de 14 años que murió a manos de sus progenitores, que el llamado ‘crimen de honor’ que les hizo rociar a la víctima con ácido, es una aberración? La mamá de Anusha sigue defendiendo que su hija mancilló el honor de la familia al tener –sin aprobación paterna- relaciones con un chico, y por ello afirma que ‘era su destino morir así’.

*Enajenada es aquella persona que escucha con atención -y asume con compromiso- lo que el General García-Vaquero Pradal dijo en mayo de 2012 en la Plaza de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria:
"Os habéis comprometido a mejorar la herencia recibida para transmitirla a vuestros hijos y que ellos, la sociedad del futuro, reciban un patrimonio que contribuya a que España retome el camino del imperio donde no se pone el sol".

*A comienzos de octubre de 2009, un soldado canario de 25 años de edad murió en la Guerra de Afganistán. Su afligida madre reclamaba, entonces, el regreso a casa de las tropas españolas: ‘Yo le pediría al Gobierno que, por el amor de Dios, se los traigan (a los soldados) para su tierra, que nosotros allí no pintamos nada’.
Algo más de seis meses después, la madre del militar muerto juró bandera y afirmó: ‘Estoy en mi casa, rodeada de mi gran familia militar (…) Tengo una familia civil, pero también una gran familia militar, que es lo que mi hijo me ha dejado’. Estas declaraciones aparecieron en la prensa, donde el redactor de la noticia añadía: ‘una madre “orgullosísima”, dijo, de vincular toda su vida al Ejército (…) asume de tal forma su compromiso con lo castrense que subraya que está “incondicionalmente” al servicio del Ejército’.

La clave psicológica

Marie-France Hirigoyen, psiquiatra y terapeuta, describe en su obra El Acoso Moral, el comportamiento de Benjamín, un ser humano perverso, hacia Annie, su pareja. Nos cuenta que la víctima va, progresivamente, ‘renunciando a su pensamiento propio y a su individualidad’. A Annie le disgustan los conflictos, mientras que Benjamín es incapaz de reconocer sus errores, incluso los más simples. De sus labios sólo salen absurdas justificaciones, que Annie finge creer ‘para evitar más explicaciones’. Benjamín no soporta hablar, en términos honestos y profundos, de la naturaleza de la relación que lo une a su pareja. ‘Si ella insiste en tocar el tema, él contesta: “¿Realmente crees que es el momento de hablar de ello?”. ‘Benjamín quiere dominar a Annie’, quien ‘se va censurando progresivamente a sí misma’. Las disputas entre ellos acaban con Annie irritada, mientras que él ‘adopta un aire sorprendido y dice: “¿Otra vez vas a hacerme reproches?”. El resultado es que Annie siempre dude de sí misma y se sienta culpable; ‘se da cuenta de que esta relación no es normal, pero, como ha perdido cualquier punto de referencia, se siente obligada a proteger y a excusar a Benjamín, haga éste lo que haga. Ella sabe que él no cambiará’. ‘Ella está tan pendiente de él que, al menor signo de acercamiento, renacen sus esperanzas’.
Marie-France Hirigoyen concluye con una frase esencial que lo aclara todo: ‘Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo, pero hubo un tiempo en que era un amante cariñoso (…) Por lo tanto, puede cambiar (…) ella puede cambiarlo (…) Annie también cree que permanecer con él en esta pareja insatisfactoria es menos grave que quedarse sola’.
Lo que, en realidad, aquí se ha descrito es un minúsculo ejemplo de perversa realidad consensual, un autoengaño (por parte de la víctima) que refleja a la perfección lo que ocurre a niveles colectivos.
La madre de Anusha, quien compra el cuento del General García-Vaquero Pradal, y la madre del militar muerto en Afganistán, son Annie. La parte terrorífica de esta historia es que todo aquel que -siendo esclavo de su ignorancia- sea sometido a un determinado clima creado por las fuerzas sistémicas, puede llegar a cometer y justificar las mayores atrocidades. Ya ha ocurrido antes, sin necesidad de irnos al nazismo de los años 30 del siglo pasado. Y no estamos vacunados contra este virus letal.
Si Benjamín fuera un monstruo absoluto, todo sería más sencillo’, una frase que resume la esencia del fascismo actual, tal y como es observado por una enorme e ignorante porción de la sociedad. Ergo, como no es (percibido como) un monstruo, no hay nada que combatir.
Si ese Benjamín que es el Sistema, particularmente el Estado, llegase a ser percibido por las Annies (a las que ‘disgustan los conflictos’) como realmente es, otro gallo cantaría. Sería más sencillo que la svástica estuviese presente en cada balcón municipal, y que la cultura que va desposeyendo al ser humano de las características que hacen de él un ente con conciencia, se mostrase a rostro descubierto. Pero así no son las cosas. La perversión del Sistema, en todas sus áreas es, muchas veces, lo suficientemente sutil como para no crear dilemas morales. Y cuando es descaradamente evidente en su malignidad, otros quehaceres cotidianos, circunstancias urgentes (que no necesariamente importantes), reclaman nuestra atención y tiempo. Y dejamos de actuar, permitiendo, tolerando, que el perverso, el psicópata integrado, el conjunto de sujetos que carecen de conciencia, empatía y remordimiento, hagan lo que les venga en gana.
No es que Benjamín, como ejemplo de sujeto perverso que sobrevive gracias a sus dotes sociales, no sea un monstruo absoluto con mortíferas capacidades de destrucción; era Annie quien no había hecho una adecuada valoración de la persona con la que mantenía una relación, y el precio que acabaría pagando por su analfabetismo. Muy posiblemente, Annie había llegado a convencerse de que la violencia de baja intensidad que un psicópata integrado inflinge cotidianamente, es menos recriminable que un solo y mortal acto de violencia.
El paternalismo con el que se hace sentir culpable a quien muestra desafecto, la arbitrariedad de las fuerzas antidisturbios, el cínico desprecio con el que las autoridades encaran las protestas de los hartos, la perversión del lenguaje, la condena a la miseria, la siembra de miedo (y exclusión social) ante quien pretende descolgarse del orden establecido, ¿no es todo ello la expresión malvada de la personalidad de uno de los integrantes de una desigual relación colectiva, donde la clave está en la manipulación emocional y la falta de recursos intelectuales para hacerle frente?
A propósito de la publicación de su última obra (Abuso de debilidad), la psiquiatra francesa afirma sobre la conducta perversa: ‘Se sirven de las personas, de los otros, para conseguir poder y tener cada vez más (…) Existe la impresión de que todo es posible, de que no hay límites a nuestra voluntad. Esta falta de límites y de conciencia de los límites, lleva a que se multipliquen las situaciones abusivas (…) Nuestra sociedad banaliza esta forma de comportamiento. Al menos, valora esta forma de comportamiento que consiste en apañárselas para caer siempre de pie utilizando todo lo que pueden a los demás (…) Mi libro es una metáfora de una situación más general. Para mí está claro que hay un abuso de debilidad por parte del poder hacia el pueblo’.
Video.- Marie France Hirigoyen: "El acosador psicologico carece de ética y límites"  
http://educandonosparalaevolucion.blogspot.com.es/2012/11/reflexiones-sobre-la-conciencia-social_13.html
Estrategia: ¿Un activismo más pedagógico?

¿Cómo explicar a la madre que ha entregado a su hijo a morir en un negocio bélico, que su ‘compromiso con lo castrense’, que permanecer “incondicionalmente” al servicio del Ejército’, es una monstruosidad derivada del estado de enajenación en el que está sumida? ¿Cómo revelarle que ella es, además de su hijo, una víctima de ese compromiso?

‘A las personas en el poder les gusta que creamos que todos tenemos los mismos intereses. Pero no todos tenemos los mismos intereses. Existe el interés del Presidente de los EEUU, y también el interés del joven que él envía a la guerra; el interés de las poderosas corporaciones, y el interés del trabajador común. Ocurre igual con la expresión Seguridad Nacional, como si significase lo mismo para todos. Para algunas personas, Seguridad Nacional significa tener bases militares en cien países; para la mayoría, ‘seguridad’ significa tener un lugar donde vivir, tener un trabajo, tener atención médica.’ (The People Speak, Howard Zinn)

¿Cómo hacer entender a la sociedad que las palabras del General García-Vaquero Pradal, sobre el glorioso pasado imperial español son, simple y llanamente, basura? ¿Cómo podrían comprender esas personas que creer en este cuento las convierte en víctimas y verdugos?
Pues, sólo hay un enfoque además de desmentir la gravedad de los hechos: aceptar que estos dos casos son ejemplos evidentes del clima de enajenación reinante. Y aceptar, también, que hay cientos, miles, de circunstancias cotidianas menos llamativas que éstas, pero igual de peligrosas.
Y sólo hay dos formas de encarar el problema que, desde el activismo, nos atañe:

A- Considerar que vivimos en un clima de alienación que no tiene solución posible. En clave estratégica, los subversivos tratarán de llevar a cabo su proyecto sin tener en cuenta la peligrosidad latente en un sector social activo en su ‘afinidad’ hacia el Sistema.
B- Considerar que, por simple supervivencia -y aún en el caso de que determinadas reformas lograsen reconducir la actual deriva histórica hacia una aparente estabilización- se hace preciso un frente popular que devuelva la cordura a nuestra sociedad, persuadiendo –laboriosamente- a los más vulnerables a las mentiras del Sistema.

Mi opinión es que no habrá una mejora en la situación actual, ni siquiera de forma aparente. Y que es imprescindible la implicación de las parcelas más enajenadas de la sociedad en cualquier proceso de transformación sólida y duradera que se pretenda llevar a cabo. No sólo porque hablamos de víctimas, sino porque éstas, como fuerza social eminentemente emocional, son fáciles de convertir en nuestros oponentes.
Bastaría que el Sistema, psicopático por naturaleza, ejerciese más activamente el rol de agente situacional masivo sobre una sección concreta de nuestra sociedad –Annie-, impulsándola a repeler cualquier movimiento de ruptura.
Zimbardo nos invita a no perder de vista la combinación de todas las fuerzas implicadas:

‘El poder aún mayor de poder crear el mal a partir del bien: el poder del Sistema, ese complejo de fuerzas poderosas que crean la Situación. La psicología social ofrece muchísimas pruebas de que el poder de la situación puede más que el poder de la persona en determinados contextos (…) No obstante, muy pocos psicólogos se han interesado por las fuentes más profundas de poder inherentes a la matriz política, económica, religiosa, histórica y cultural que define las situaciones y les otorga una entidad legítima o ilegítima. La comprensión plena de la dinámica de la conducta humana nos exige reconocer el alcance y los límites del poder personal, del poder situacional y del poder sistémico.
Modificar o impedir una conducta censurable por parte de personas o de grupos exige una comprensión de las fuerzas, las virtudes y las vulnerabilidades que aportan estas personas o grupos a una situación dada. Luego debemos reconocer plenamente el conjunto de fuerzas situacionales que actúan en ese contexto conductual. Modificar o aprender a evitar estas fuerzas puede tener un impacto mayor para reducir las reacciones individuales censurables que cualquier medida correctora que se centre únicamente en las personas que se hallan en la situación (…) Sin embargo, si no nos hacemos sensibles al verdadero poder del Sistema, que siempre se oculta tras un velo de secretismo, y entendemos plenamente sus propias reglas, el cambio conductual será pasajero y el cambio situacional será ilusorio.’
(El Efecto Lucifer. P.18)

En definitiva, el Sistema, de extremo a extremo, carece de conciencia, y su situación es irreversible. Nada más que añadir, por el momento. Es tiempo de prepararse.

Continuará con Más activismo pedagógico, por favor

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